De unos años a la fecha, el lugar común del periodismo en el mundo es el de la crisis de los tiempos modernos, el de la transición tecnológica, la voracidad empresarial y el desinterés del público. Y los disparos en la oscuridad como explicaciones no son pocos: desaceleración económica, cambios generacionales, descuido de modelos de negocio, falta de visión… pero se habla también de una pérdida de calidad al interior de las redacciones y del “producto periodístico” en sí.
Y el tema ya no es nuevo para nadie, tanto que parece ya lo normal (redacciones pequeñas y depauperadas, sin recursos, agencias, fotos ni manos suficientes). Y, a decir verdad, el impacto real en números aún es impreciso, pero la crisis en los medios viene “tocando fondo” desde hace ya más de una década, en los albores en los que se decía que el Internet iba a suplantar la versión impresa y cuando las fake news y los listicles iban a desbancar a los reportajes de fondo y su “honorable” periodismo riguroso, ético y de calidad.
En México, el panorama no luce esperanzador para ninguno. De acuerdo con la encuesta mensual de servicios elaborada por el Inegi, tan sólo en lo que va del año los ingresos por edición de periódicos ha caído 13.2% y su oferta laboral 4.2%, las revistas han registrado 5.5% de ingresos y un desplome de 8.2% de sus empleos, mientras que la edición y distribución a través de internet ha tenido 5.0% menos de ingresos en términos reales y una merma de empleo del 0.8%.
Mientras tanto, los recortes y los despidos están a la orden del día y por todos lados, los ejemplos sobran dolorosamente: El Financiero, Excélsior, Huffington Post, México.com, Noisey en Español, Buzzfeed News y más. Prácticamente todo el periodismo mexicano tiene una historia que contar al respecto, en donde los atropellos laborales y la crisis de la calidad editorial en sí son la moneda de cambio común.
Con este panorama a cuestas resulta comprensible que el periodismo especializado, ese que en otros tiempos supondría un nicho de público menor pero cautivo, sufra estos estragos con una presión inusual, una que ni el contenido de calidad pagado, o paywall, ha venido a resarcir.
Dentro del drama que sufre actualmente el periodismo nacional, el musical sea quizás el que tenga una de las deudas más importantes frente a su lector. Y esa afronta tiene que ver con ese eje cualitativo, el del nivel de su información y de su análisis, el de su calidad y su sustancia misma. Estamos hablando de una historia agridulce de la que casi nadie quiere entrarle de frente por sus huecos y dimensiones, cualidades intrínsecas o el llano desinterés. Incluso muchos de su protagonistas hoy asumen que el periodismo musical nunca había importado menos. Habría que echar un vistazo para corroborar esta historia a saltos.
La Diferencia
Para entrar en ese entramado complejo y multifactorial que supone el periodismo musical mexicano, ese en donde la tradición, el nicho, la tecnología y el constante devenir de las tendencias musicales juegan tanto a favor como en contra, habría que aterrizar de manera puntual algunas diferencias, la más importante quizás es esa dicotomía existente entre periodismo musical y el periodismo de espectáculos, que aunque cada vez se parezcan más y se fusionen, valdría la pena ver ese matiz.
La otra es que hablamos de un periodismo musical especializado y alternativo (aunque el término pudiera sonar encaspado y deslucido), que si bien puede habitar en medios llamados grandes o mainstream, su temática alberga la literatura musical y sus posibilidades, el análisis y la explicación didáctica de fenómenos más bien ligados a la cultura que al consumo, pese a que esta disolución se presuma como romántica e imposible en el presente.
Supondría saludable también aclarar lo obvio: hablar del periodismo musical, ese en donde históricamente han habitado el rock, la música electrónica, el jazz, la exploración sonora y la arqueología musical o la visión crítica sobre lo vernáculo y el pop, en contraposición a la industria del entretenimiento, área en donde México parece vivir una realidad muy distinta a la del periodismo: recientemente, el Inegi hizo público que durante el primer mes de 2019, los ingresos generados por la prestación de servicios relacionados con el esparcimiento y el entretenimiento registraron su crecimiento económico más importante, 18.5% a tasa anual. Tan sólo en 2016 generó 22,800 millones de dólares (mdd), destacando la derrama de Ocesa, quien vendió 2 millones 15,144 entradas únicamente en el primer semestre de dicho año. Y las cifras continúan en franco ascenso.
Y si bien a primeras de cambio la sobreoferta de festivales y conciertos de artistas de talla internacional, así como la nutrida escena independiente local pudieran sugerir un momento histórico y diverso sin precedentes para que el periodismo musical fuera vasto y complejo, la relación dista de ir a la par de esta sinergia; el periodismo musical mexicano no es en su mayoría el más solvente en términos de negocio, y tampoco en cuanto a su propuesta editorial se refiere.
A riesgo y sin el afán de demeritar las excepciones existentes desde los días anteriores a la censura post Avandaro, así como borrar de un plumazo la labor y relevancia histórica de publicaciones como Conecte, Banda Rockera, La Mosca en la Pared, Nuestro Rock, Switch, Códice Rock, Mescalito, Rolling Stone México, Marvin o incluso Warp, parecería injusto. Pero a su vez, también podemos dar cuenta actual de los baches, de un periodismo musical contemporáneo más bien inmaduro, de fan que encubre el descuido en sus linderos más elementales con un halo de actualización lúdica y libertad, con un poco compromiso con el sentido crítico o incluso con la ética y rigor más elemental que se pudiera requerir. Denunciarlo incluso nos puede meter en el terreno del “ya siéntese tío”, del cansino aburguesamiento y otras tantas embestidas que resultan más bien tibias, pobres, pasionales y poco argumentadas para con el medio, el artista o el organizador del evento.
Dicho sea de paso, esta versión de la historia en donde por fortuna las excepciones pueden hacer pequeñas pero nuevas reglas -aunque efímeras por sus circunstancias laborales, editoriales o generacionales-, tampoco tiene la obligación de ser compartida de la misma forma, en tanto no todos comparten la misma visión, bagaje y entrega para con ese ecosistema que dinamiza la cultura, su consumo y su valor o “utilidad”.
Deseo vs necesidad
Para Julián Woodside, investigador y ensayista enfocado en música, memoria cultural y medios, hablar desde la generalidad es delicado y complicado, en tanto “cualquier crítica dejará fuera casos que hacen lo contrario. Creo pertinente definir bien qué entendemos por periodismo musical, pues generalmente no se contempla en las discusiones a aquellos medios que cubren banda, pop y otros estilos, y que creo deberíamos analizar con mayor detalle. Aquí se suele contemplar sobre todo lo que se mueve en los ámbitos ‘culturales’ y de música popular ‘alternativa’ (rock, punk, electrónica, etcétera), un periodismo que se autodenomina ‘especializado’, pero que muchas veces podría calificar más bien de literatura y comentario, cuyo argumento gira en torno a lo musical, sobre todo cuando se trata de reseñas y crónicas. No lo digo de manera despectiva, sino que pareciera que busca a veces generar una experiencia en la lectura del texto, más que informar. Sin embargo, al mismo tiempo es un periodismo que suele carecer de una postura autocrítica y, por lo tanto, de una crítica real, entendiendo por crítica el ir más allá de mero comentario y descripción de algo, pues en el proceso no triangula información, o suele reproducir hechos casi de manera propagandística.
Además, hasta hace poco su existencia realmente era posible ya sea por mecenazgos o por relaciones estrechas con la industria, por lo que la crítica y el periodismo de investigación resultaba contraproducente”, asegura Woodside.
Para Claudia Sandoval, promotora y fan de la música, “el periodismo musical en México se encuentra en el estado exacto que corresponde a sus tiempos y al anima mundi de su nuevo hogar, la Internet: es rápido, global, reactivo, casi reaccionario y en estado perenne de innovación, principalmente en sus formatos y la síntesis discursiva. Creo que este estado es natural, no podría ser otro sino este que le exige su entorno para su supervivencia: el mercado -un creep obsesionado con poner al periodismo y al contenido en la misma pila- y el consumidor/lector/audiencia -bombardeado con publicidad hasta en sus espacios digitales más íntimos. Y bueno, también está el tema de decir el periodismo en la CDMX, porque en otras ciudades es prácticamente inexistente.
“Esto no me parece bueno ni malo, porque tampoco creo que el que se hacía hace diez o 20 años haya sido mejor; de hecho ese tipo de periodismo se sigue haciendo a nivel internacional y a veces nacional por y para quién tiene el privilegio de dárselo (como autor o lector). Ahí están los libros que edita Caja Negra, las ocasionales brillantes reseñas en The Quietus, la Rockdelux que no se raja, las revisiones editoriales a referentes históricos, el comeback de la autobiografía musical y la voluminosa producción audiovisual que de pronto nos entrega documentaciones relevantes, desde cosas como Paris is Burning a las sesiones de Aire Libre, que en algún momento serán una joya a la cual mirar atrás”, precisa Sandoval, quien ha estado de cerca en proyectos e iniciativas en torno a la descentralización, el análisis y diversificación de la música en el país y fuera de él.
Por su parte, para Valeria Anzaldo, productora/partner manager en Spotify Studios y locutora del programa Purapari: Autodefensas Musicales en Radio Nopal, el periodismo musical mexicano habita actualmente más bien un “estado neutral”, en tanto “no hay periodistas musicales actives en México sino redactores de noticias y entrevistadores que alimentan medios de entretenimiento”.
Al respecto, Anzaldo trae a colación una charla TED Talk de 2017 por el periodista Jorge Ramos, dos años después de que en una conferencia de prensa con Donald Trump,éste fuera escoltado hasta la salida por haber confrontado las declaraciones xenofóbicas del presidente de los Estados Unidos: La neutralidad muchas veces es una excusa que usamos los periodistas para escondernos de nuestra verdadera responsabilidad. Y ¿cuál es esa responsabilidad? Cuestionar y desafiar a los que tienen el poder. Para eso sirve el periodismo. Esa es la gran maravilla del periodismo: cuestionar y desafiar a los poderosos.
La también ex editora de Thump, la ya extinta vertical especializada en música electrónica de Vice, lanza la pregunta y responde: “¿Y quiénes son estos poderosos del contenido musical en México? Cualquiera que resguarda celosamente las relaciones forjadas a través de años, usualmente de valores retrógradas, que se rehúsan a la discusión de nuevos paradigmas. Una economía de información musical reciclada y de poco valor”.
Aunado al panorama que expone Valeria Anzaldo, siempre latente pero pocas veces expuesto públicamente, se encuentran también los anquilosamientos y desgastes naturales de la profesión: la obsolescencia de la reseña de discos y conciertos, vistos más como un vehículo y testigo de las aparentes prestaciones y la “validez” a las que un medio puede aspirar, que como una ventana de crítica y análisis; la intolerancia a la crítica por parte de los artistas, organizadores y medios mismos (“¿por qué nos tiran hate?”) y, en contraposición, el marasmo de diatribas pasionales o desprovistas de argumentos comprobables por buena parte del público, amén de una industria editorial que no confía en sí misma, al grado de no desarrollar una escuela o mejorar incluso el nivel de edición al interior de sus redacciones, dejando pasar una inmensidad de textos con errores ortográficos de primer orden, imprecisiones informativas, juicios de valor ininteligibles, y ya ni qué decir de un eterno anclaje al rock y su recurrente cosmovisión masculinizada, la intolerancia frente a vertientes musicales de nuevo cuño, y así ad nauseam.
Por amor al arte
¿En verdad se necesita en México una profundización mucho más sustancial -ya no digamos sesuda a lo Mark Fisher, The Quietus, Simon Reynolds o Les Inrockuptibles-, sino comprometida consigo misma, con su función y la consciencia del papel que ocupa y podría alcanzar en tiempos en donde el clic y la sinergia comercial son los nuevos editores?
Yair Hernández, colaborador de Nexos, Yaconic y de la hoy extinta Noisey en Español de Vice, ahonda este cuestionamiento en un plano mucho más inmediato aún: “Creo que sí existe (la discusión sobre el periodismo musical en México), pero se da a través de los periodistas (en sus redes sociales, en sus charlas de bares, etc.) y no en los medios. ¿Algún día sucederá que Indie Rocks! se atreva a hablar del Festival Marvin y viceversa?, ¿o que algún texto aborde el panorama de estos dos medios, o de todos los que aún salen en formato físico?”.
Hernández mismo proyecta un futuro deseable al respecto y denuncia al mismo tiempo: “Habrá salud en los medios cuando nos dejen de presentar a ‘la gran promesa mexicana’ cada mes, cuando aborden sus contenidos no con el fin de que la nota les garantice una entrada a tal festival o concierto. A mí me causó mucho ruido el caso de alienación parental que vive la cantautora Leticia Servín, su situación hizo eco en Proceso y La Jornada, pero Marvin, Warp, Reactor y otros medios de ese estilo ni siquiera prestaron atención al caso, que además se movió por todas las redes-vías posibles”.
Claudia Sandoval pondera también el contexto socioeconómico como un elemento que no podemos dejar de lado y también aterriza sin romanticismos: “El periodismo necesita lo que ya casi no se tiene, y menos en un país de horarios esclavizantes y salarios precarios: tiempo y determinación para cultivar la observación, la curiosidad, la habilidad narrativa -independientemente del formato-, encontrar las historias, los perfiles o sucesos que pueden alterar o retratar a varias capas el presente. Y supongo que la lucha de los medios, la prensa, lxs periodistas y reporterxs está en encontrar la forma en que monetización, ‘creación de contenido’ y ejercicio periodístico sean producto de una misma organización/plataforma/empresa. No sé si sea un reto que les interese”.
El reto que plantea Sandoval no ha podido ser una realidad para muchos. 2018 quedó marcado como el peor año para el periodismo musical internacional, según el portal XLR8R: Drowned in Sound y Red Bull Music Academy cortaron casi en su totalidad secciones de contenido o cerraron por completo, siguiendo los pasos de NME, Groove, i-D, The Word, Blender y Paste. Incluso algunas publicaciones sobrevivientes como Pitchfork han anunciado que su contenido no será de lectura gratuita por mucho tiempo, obligados a cobrar a los lectores debido a la disminución de ingresos, una práctica ya recurrente desde hace ya algún tiempo por medios como The Quietus o la WFMU radio, que viven prácticamente de donaciones para no supeditar por entero su contenido a las marcas.
Mientras los llamados medios “grandes” continúan cerrando verticales o espacios habituales especializados en música y cultura, un público lector que pareciera no importarle lo que los medios locales especializados puedan brindarles sigue tomando el control (“para qué, si tengo Internet”), pero también sigue consumiendo lo que los canales habituales les recetan mes a mes. Asimismo, los sueldos e inversiones para tal fin continúan sofocándose y los sobrevivientes tienen que seguir coqueteando con las listas, el clickbait y el comportamiento “alineado” o “caníbal” para poder respirar. Otros, aparentemente más soñadores y sin lugar en el tablero, no quitan el dedo del renglón en ese proceso que implica poder acceder a una sensibilidad distinta, un análisis e incluso acción política mucho más profusa gracias a la ventana que puede brindar la cultura y el periodismo musical en México, sobre todo si lo vemos como una interconexión mucho más amplia, que navega en sentido contrario del precario contexto local, a una velocidad desproporcionada y desmotivante. ¿Este navegar que es excepción sigue sonando útil y posible, o sencillamente es necedad?
De acuerdo con una investigación de la revista Nexos, tan sólo en 2017, el gasto público total ejercido en cultura fue de 0.12% del PIB, mientras que su producto, incluyendo la llamada economía sombra, es decir las actividades informales o incluso ilegales, así como la creciente tendencia a apropiación de contenidos creativos y digitales, aportó 7.4%. Incluso su Cuenta Satélite (Inegi), que no incluye la Economía Sombra, alcanzó 3.3% del PIB. No es poca cosa.
“Me gusta imaginar un futuro sano para todes, uno donde la población general revalora el poder de la música y redistribuye su inversión de tiempo y dinero hacia el consumo de la experiencia musical en todas sus formas y expresiones. Uno donde los medios responden eficaz y efectivamente a los contextos políticos y sociales que afectan directa e indirectamente a la comunidad musical. También imagino una labor de crecimiento personal para elaborar mejores juicios sobre cómo estructuramos nuestra sociedad alrededor de algo tan bello como la música”, apunta Valeria Anzaldo.
Julián Woodside concluye con una proyección puntual:
Los medios deben apelar a la pertinencia de la información para su entorno real, documentar y trabajar alrededor de lo que está ocurriendo y no de lo que quisieran que estuviera ocurriendo (amiguismos, gustos, o sesgos de otro tipo). Hace unos años hubo un encuentro y mesas de discusión sobre ‘periodismo rock’ en el Foro Alicia, y sin importar la década que se estuviera discutiendo, los representantes de distintos medios siempre repetían ‘es por amor al arte’. Hay que cambiar eso, y eso implica profesionalización. ¿Por qué es por amor al arte? Porque el gremio sigue siendo amateur, aún cuando individuos puedan vivir de eso durante décadas. Si se escribe de lo que se quiere que suene y no de lo que está sonando o está pasando, tarde o temprano, lo que a uno le gusta dejará de ser pertinente para el contexto local y el público desaparecerá, porque se construye desde el gusto, no desde la legitimación del medio como espacio informativo.”
Por su parte los artistas, subraya Woodside, “deben aprender a construir público y dejar de buscar a los medios como catapulta para llegar al público; su chamba debería hacer que los periodistas volteáramos a verlos y no insistir en el vicio de que los medios son ‘propulsores’ de carreras, porque se pierde lo orgánico de la construcción de públicos y crecimiento de un artista (de ahí que no sea raro tener artistas que pueden hacer sold outs en la CDMX pero que nadie va a verlos en el resto de la república)”.